viernes, 28 de noviembre de 2008

Red de mentiras, de Ridley Scott

Ed Hoffman (Russell Crowe) vive en Washington con su mujer y sus dos pequeños hijos. Trabaja para el Servicio de Inteligencia de Estados Unidos, con una oficina montada en su propia casa. Nunca se despega del teléfono y del auricular que todo el tiempo lo mantienen comunicado con su equipo de la CIA, especialmente con Roger Ferris (Leonardo DiCaprio), ex periodista devenido espía que vive en Jordania y circula por diversas zonas de peligro en Medio Oriente.

La misión: cazar terroristas.


El joven Ferris pone el cuerpo en el lugar del conflicto -se arriesga, se lastima, se enamora-, cuando al veterano Hoffman le alcanza con dar una orden de ejecución desde su celular, mientras engulle con devoción los cereales de su desayuno, o mientras lleva a sus chicos al colegio.

Pero como Hoffman también se ve obligado a ejercer presión desde lo presencial, a veces no le queda otra que viajar y visitar a su colega en tierras convulsas. Una tarde, cae de sorpresa en el departamento de Ferris y le cuenta que en el avión vio una película: “Dieron esa película… Poseidón”. 


Detengámonos en ese comentario: decir “Poseidón” es decir cine catástrofe, género que tuvo sus años de esplendor en la década del ‘70, con clásicos como Infierno en la Torre, Aeropuerto, Terremoto y la misma La aventura del Poseidón, películas en donde un grupo de personas -o una masa- se veían amenazadas por una tragedia disparada por causas naturales o -en menor medida- por un error humano.

La historia es conocida: el Poseidón se da vuelta en medio del mar, y los pocos pasajeros que no se ahogan deben hacer malabares para sobrevivir en el transatlántico invertido. Están todos en el mismo barco, así que más vale tirar para adelante.


Russell Crowe, con mueca irónica, parece reírse de esa premisa, como si hoy el cine catástrofe no fuera más que el recuerdo de un cuento ingenuo. La realidad acabó pulverizando al género más apocalíptico alguna vez pergeñado por Hollywood. Ya no hay manera de dramatizar de forma elocuente la miseria de la que hombre es capaz. Hoy, algo nos está superando... la lisa y llana locura.

Red de mentiras (Body of lies) se estrenó en Buenos Aires el mismo día en que Bombay sufría la peor serie de atentados de su historia. Una verdadera puesta en escena de ataques en cadena que excedieron toda la espectacularidad jamás intuida por el más osado diseñador de producción.

Realmente ignoro si Ridley Scott quería decirnos algo con el guiño autoconsciente del personaje de Crowe, o si ese detalle ya estaba presente en la novela original escrita por David Ignatius, en la cual se basa el film. Lo único que puedo decir es que Red de mentiras no es una buena película: es confusa en lo narrativo y agotadora en su vorágine visual. Sin embargo, aunque proviene del corazón de la industria, no busca ocultar la responsabilidad del Imperio en la prolongación del caos sangriento en Medio Oriente y en todos los países afectados a la dialéctica absurda -pero rendidora- del "Bien contra el Mal" (así como la sólida American Gangster tampoco eludía el rol de EEUU en la ruta del narcotráfico urdida en paralelo a la guerra de Vietman).

A veces el cine no es más que una tela en donde rebotan imágenes brillantes y ajenas. En un mundo decididamente enfermo, frente al horror de lo real, con una maleza ideológica que está subvirtiendo el verosímil de todas las ficciones posibles, Red de mentiras es apenas una película chiquita. Casi pintoresca.

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